Lo que más ha quedado en la “memoria” de aquella guerra en nuestra ciudad, son los cientos de vidas sesgadas durante aquellos dos meses, del 18 de julio al 16 de septiembre de 1936, por las patrullas revolucionarias, y la fuerte represión nacionalista que vino después; una oleada de violencia entre convecinos que rasgó como un nuevo Tajo a la ciudad.
Inmediatamente después de la sublevación militar, se produce la detención y encarcelamiento de personas sospechosas de simpatizar con los militares rebeldes.
En pocas horas, la cárcel se mostró insuficiente para albergar a los detenidos donde pronto hubo que habilitar locales al efecto, por lo que fueron habilitadas como calabozos algunas dependencias del Cuartel de la Concepción.
Se realizaron detenciones, no solo de afiliados a Acción Popular Rondeña, también de falangistas, de sacerdotes y de grandes propietarios se sucedieron en los días siguientes, en el marco de las actuaciones encaminadas a la búsqueda de armas, que ciertamente fueron halladas y requisadas.
Pero el blanco prioritario de la “ira popular” fue el clero, más de la mitad de los curas rondeños sucumbieron a la auténtica caza de que fueron objeto.
La retaguardia republicana rondeña se caracterizó por un clima de “terror”, en tanto que, la represión quedó en manos de actores y grupos incontrolados, que enfervorecidos, actuaron en Ronda al margen del Comité de Guerra, el órgano que en teoría debía controlar la violencia, que en ciertos casos hacía la vista gorda o no impedía suficientemente estos desmanes.