La Toma de Ronda por las tropas castellanas, al frente del rey Fernando, supuso el inicio de fin de los que algunos historiadores llaman la Reconquista, después de ocho siglos de permanencia en la península del Islam y acabar con el último reducto musulmán instalado en el reino de Granada, al que Ronda y su territorio pertenecía. A la caída de Ronda le siguió como un castillo de naipes toda su serranía, pueblos y alquerías. A rey, como ya apuntamos, le seguía un imponente ejército compuesto principalmente por numerosas mesnadas de los grandes nobles de Castilla y Aragón, a los que Fernando colmaría después de propiedades en el repartimiento de la ciudad y sus tierras en forma de señoríos. Pero además de apropiarse del territorio conquistado había que culminar la labor de reconquista religiosa, la reconversión al cristianismo, hasta conseguir de esta manera la unidad religiosa de todos sus reinos, con las conversiones forzosas y, si no, expulsión de musulmanes y judíos, así como la instauración de la Inquisición.
La Toma de Ronda se produce nada más y nada menos que el domingo de Pentecostés (quincuagésimo día de la Resurrección de Cristo), la Pascua del Espíritu Santo. Uno de los domingos más importantes del año para el mundo cristiano, después del domingo de Resurrección y la Natividad. Dentro del año litúrgico es el momento en que los cristianos viven más intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu.
Tras la toma de Ronda se ordena el establecimiento de seis colaciones en el sentido de demarcación o jurisdicción eclesiástica: La colación de Santa María de la Encarnación, la colación de Santi Spíritus, colación de Santiago, la colación de San Juan Bautista, la colación de San Juan Evangelista y la de San Sebastián (de la que se conserva el minarete de la antigua mezquita).